lunes, 4 de octubre de 2010

Bases biológicas de la conducta.


     1.1. El Origen de la vida


     2.2. El impuso nervioso
     2.3. Los neurotransmisores


Introducción

Durante muchos siglos se pensó que los procesos o estados mentales, tales como el pensamiento o la conciencia, los sentimientos o la memoria, eran atributos de una substancia de naturaleza espiritual separada del cuerpo material. Esta concepción “dualista” de la naturaleza humana fue cuestionada por las modernas corrientes psicológicas al procurar aplicar la metodología y los criterios de las ciencias experimentales al estudio del comportamiento humano. A consecuencia de ello se ha arribado en nuestros días a un amplio reconocimiento de la imposibilidad de desligar los procesos psíquicos o mentales del funcionamiento del sistema nervioso. No hay pensamientos, sentimientos o recuerdos, cuya realización no implique la activación de algún área del cerebro. Aunque podamos distinguir los procesos estrictamente fisiológicos como, por ejemplo, un impulso nervioso, de un proceso psíquico, como por ejemplo un recuerdo o un sentimiento de tristeza, nadie parece poner en cuestión que el sistema nervioso central – en especial el cerebro, su órgano principal – es el “lugar” donde ocurren los procesos psíquicos.

No se puede dejar de tener en cuenta que el ser humano es una especie animal que ha surgido de un largo proceso evolutivo. De allí que muchas de sus características sean compartidas con otras especies, sobre todo con los llamados mamíferos superiores; y, por otra parte, también presente características novedosas, resultado precisamente de dicha evolución. Es en el contexto de estas semejanzas y diferencias respecto de las otras especies que la psicología también puede encontrar información muy valiosa para explicar las peculiaridades del comportamiento humano.

Sobre todas estas cuestiones trabajaremos a lo largo de esta unidad denominada “Bases biológicas del comportamiento humano”. Comenzaremos analizando el proceso evolutivo que dio origen a la especie humana, prestando especial atención al último tramo durante el cual ocurrieron las transformaciones desarrolladas por los antiguos primates, hasta llegar al homo sapiens sapiens, es decir, una especie animal capaz de desarrollar una inteligencia simbólica, comunicarse a través de un lenguaje articulado, transformar la naturaleza, crear y transmitir formas culturales y de organización social.

Seguidamente presentaremos una descripción esquemática del sistema nervioso: las características y el funcionamiento de sus células –las neuronas–, veremos las partes que  lo componen y su relación con los diferentes procesos psíquicos y el comportamiento humano en general.

Finalmente propondremos dos textos para comentar: uno que trata sobre los aspectos innatos y adquiridos de un tipo de comportamiento como es la agresividad, y otro que compara el comportamiento de los humanos y el del resto de las especies animales, especialmente en lo que concierne a su vida emocional.



1. Evolución de las especies y hominización [1]


1.1 El origen de la vida

Las primera formas de vida se originaron hace unos 3.500 millones de años con la formación de los primeros micro-organismos de constitución simple. ¿Pero cómo llegaron a formarse estos primeros seres vivos? ¿En qué consiste este fenómeno que denominamos vida? Los organismos vivos están constituidos por los mismos elementos químicos que integran toda la materia, aunque los más característicos de la materia viva son, entre otros, el carbono, el nitrógeno, el oxígeno y el hidrógeno. ¿Entonces cuál es la diferencia entre un trozo de materia inerte e insensible y un organismo vivo? La diferencia no está en los elementos que los componen, sino en su proporción y la manera como se combinan.

La vida constituye un grado de complejidad diferente a la de la materia inorgánica; hay que entender la vida como un estadio de combinación de los elementos químicos que permite la sensibilidad, la reproducción y el intercambio de materia con el medio. Es el resultado natural y seguramente previsible de un proceso fisicoquímico de reestructuración molecular que tuvo lugar un millar de millones de años después de la formación de la Tierra.

Efectivamente, las primeras formas de vida van ligadas a las condiciones ambientales y atmosféricas del planeta Tierra. Estas condiciones no son nada extraordinarias y es probable que se hayan repetido en otros lugares del Universo. Cuando, a partir de sucesivas síntesis moleculares, apareció la primera forma de vida, probablemente se reprodujo rápidamente por el planeta. Los primeros organismos –que debían ser extraordinariamente simples– se fueron haciendo más complejos progresivamente hasta constituir las primeras células dotadas de núcleo.

En un comienzo, cada célula aislada realizaba todas las funciones vitales. Después aparecieron los organismos pluricelulares, en los cuales cada célula o grupo de células se fue especializando en una función concreta. Con el paso del tiempo –y a través del proceso evolutivo– se ha llegado a formas vivas más complejas, como por ejemplo las plantas con flores o los mamíferos.

A medida que fueron surgiendo formas de materia viva, las condiciones atmosféricas de la Tierra se modificaban a causa de la actividad de estos organismos. Es el caso de la aparición del oxígeno atmosférico generado por la actividad de organismos unicelulares primitivos. Un efecto importante de la presencia de oxígeno en la atmósfera fue la aparición de una capa de ozono a gran altura, la cual protege la Tierra de las radiaciones ultravioletas del Sol.

El camino desde la primera molécula orgánica con capacidad de reproducirse hasta el ser humano ha sido largo, de unos 3.500 millones de años (entre el 80 y el 90 % de la edad de la Tierra). Durante este tiempo, la mayor parte de organismos ha vivido en el agua. Tan sólo en los últimos 400 o 500 millones de años algunos organismos abandonaron la vida acuática y comenzaron a adaptarse a la tierra. La mayor parte de este tiempo, la Tierra estuvo dominada por la presencia de reptiles. Los mamíferos aparecieron hace aproximadamente 150 milllones de años; los primeros homínidos aparecieron hace entre 5 y 7 millones de años, y la especie humana actual hace unos 100.000 años que existe. La civilización actual tiene sólo unos cuantos miles de años.


1.2 Origen y evolución de los humanos. El proceso de hominización


Los organismos vivos son sistemas complejos que tienen la propiedad de reproducirse. Los caracteres y las propiedades de un organismo pasan a otro gracias a la información contenida en el ADN (ácido desoxirribonucleico) del núcleo de las células germinales. El ADN de todos los organismos vivos está integrado por cadenas muy largas de macromoléculas denominadas nucleótidos, que son de cuatro tipos diferentes, lo cual evidencia que todos los seres vivos tienen el mismo origen. La información contenida al ADN, denominada, código genético, está determinada por el orden de los nucleótidos. En la transmisión del código genético hay de tanto en tanto algunas variaciones o errores de copia, que repercutirán en los caracteres del individuo sucesor. Estos errores de copia causan cambios en el orden de los nucleótidos, es decir, cambios en el código genético. Estas variaciones imprevistas se denominan mutaciones. Cuando una mutación provoca un cambio que favorece la adaptación del individuo a su medio, se mantiene continua reproduciéndose en los sucesores; cuando la mutación crea una desventaja en el organismo, causa la desaparición de éste y, por tanto, de la mutación no favorable. El medio natural es el que selecciona las mutaciones que favorecen al organismo. Resumiendo, las mutaciones y la selección natural son los mecanismos de la evolución.

Los organismos sexuales tienen información genética de cada progenitor. Así la variabilidad dentro de la especie es muy superior y, por tanto, favorece el cambio genético y aumenta la posibilidad de individuos mejor adaptados. Seguramente por esto la mayoría de seres vivos se reproducen sexualmente: la sexualidad fue el gran invento por medio del cual los organismos alcanzaron una mayor variedad genética y aumentaron las posibilidades de supervivencia. A la larga, la selección natural –que actúa sobre esta variación intra-específica– favorece los organismos más preparados para sobrevivir en las condiciones del medio. Del conjunto de organismos vivos, aquellos que más nos interesan son los humanos. Se trata de animales especialmente ingeniosos que han encontrado formas de adaptarse a los medios más diversos sin estar preparados biológicamente, y así superaron los mecanismos de la evolución natural.

El conocimiento sobre el origen y la evolución de los seres humanos es aún muy fragmentario, incierto y abierto a controversias que en la actualidad están muy lejos de resolverse. No obstante, a grandes rasgos podríamos describir esta evolución de la siguiente manera:

Los humanos provenimos de una rama de los primates que, a través de una serie de transformaciones que sólo conocemos por los fósiles, desarrollaron las características biológicas del humano actual. El proceso que enlaza los primeros primates con el homo sapiens-sapiens  es de aproximadamente 70 millones de años, lo cual representa una pequeñísima parte del tiempo que tardó la vida en desarrollarse en el planeta.

Durante el período denominado Mioceno, hace unos 15 millones de años, tuvo lugar una gran sequía y, de rebote, un retroceso de los bosques. Un gran número de primates arborícolas tuvo que descender a tierra y vivir en zonas descubiertas, donde estaban a merced de los depredadores. Aquellos primates, que millones de años después incorporaron en su código genético la posición erecta o vertical, son los que sobrevivieron en la línea de los humanos. En efecto, la posición erecta les permitía ver de lejos y, al caminar sobre las piernas, liberar las manos para desarrollar otros trabajos. Pronto se convirtieron en cazadores y se acostumbraron comer de todo.

Hace entre 5 y 7 millones de años los primeros homínidos, denominados australopitecus, ya presentaban, pues, la innovación fundamental que les distinguía de sus parientes más próximos: la postura erecta sobre las piernas o bipedestación. Esta innovación fue fundamental para la evolución de nuestra línea, ya que millones de años después en las especies descendentes, las manos liberadas resultaron verdaderas piezas de precisión, capaces de fabricar todo tipo de utensilios. Al mismo tiempo, la progresiva reducción de la mandíbula se acompañó de la expansión de la caja craneana y el desarrollo del cerebro.

En este sentido, seguramente una rama de los australopitecus más primitivos, el australopitecus gracilis, derivó hace unos 2 millones de años hacia el primer representante del género Homo, el Homo habilis. Éste se denomina así porque está asociado a la fabricación de herramientas de piedra que aplicaba a la caza social y a la actividad posterior de troceado de las presas capturadas. Probablemente la técnica de cazar en grupo y el uso de herramientas apropiadas han sido determinantes para la supervivencia de los antepasados de los humanos.

El hecho de concebir y realizar instrumentos que tienen una utilidad posterior, llevar a cabo actividades colectivas –como por ejemplo, la caza social– y conservar y transmitir el cúmulo cultural de sus habilidades presupone que el Homo habilis disponía de un cerebro muy complejo, capaz de elaborar formas primitivas de pensamiento y de comunicación.

El paso decisivo en la hominización, sin embargo, fue el surgimiento del lenguaje, seguramente como un medio de comunicación progresivamente flexible, al servicio de una mejor coordinación de la caza social. El origen del lenguaje no se puede establecer con exactitud. Desde los gritos de los primeros homínidos hasta la diferenciación y especialización de los sonidos –que es una característica del lenguaje articulado– transcurrió un largo período de tiempo.

La evolució del Homo habilis condujo a la aprición, hace aproximadamente 1,5 millones de años, del Homo erectus que, desde sus orígenes africanos, se extendió por Asia y Europa. El Homo erectus conocía la manera de encender fuego,  conservarlo y utilizarlo.

El Homo sapiens no tiene una antigüedad superior a los 400.000 años. En Europa aparecieron hace aproximadamente 200.000 años y son conocidos como Neandertales. Conservaban algunos rasgos físicos primitivos, pero desarrollaron una notable cultura (por ejemplo, fueron los primeros en enterrar a los muertos).

Hace unos 100.000 años aparece en África una nueva forma de Homo sapiens, el Homo sapiens sapiens, a la cual pertenecemos todos los humanos actuales. Los Homo sapiens sapiens desplazaron rápidamente a los neandertales y llegaron a América y Australia, tierras que, hasta entonces, los homínidos nunca habían pisado. Los Homo sapiens sapiens se diferencian de los precedentes por una reducción de las mandíbulas y los dientes, un cambio en la forma del cráneo, el enderezamiento de la frente y una barbilla prominente. Éste es el humano que desarrolla un lenguaje abstracto como el nuestro, convive en sociedades de cazadores y pescadores muy estructurados, fabrica herramientas y utensilios muy especializados y con una gran precisión, practica el culto a los muertos y es capaz de crear formas artísticas de gran belleza y expresividad. Evidentemente, el hombre del paleolítico superior no disponía, ni mucho menos, del bagaje cultural del hombre moderno. Biológicamente, sin embargo, era idéntico a nosotros.

A partir de un cierto nivel cultural, conseguido hace unos 10.000 años, nuestro antepasados comenzaron a manipular profundamente el medio, por disponer de manera continuada de los recursos útiles para cubrir sus necesidades. Se trat de la revolución neolítica, caracterizada por una progresiva sedentarización, el cultivo de plantas –seleccionadas según su calidad– y la domesticación de animales. Estos cambios proporcionaron a los humanos la clave del crecimiento demográfico, el nacimiento de las ciudades, el comercio y el intercambio cultural. Así surgieron las primeras grandes civilizaciones. Con el neolítico, la humanidad entra en los tiempos modernos.

Resumiendo, estos son los rasgos fundamentales del proceso de hominización:

1. Las modificaciones corporales relacionadas con la configuración de la pelvis y las piernas para caminar; la configuración de las manos, que permite manipular y fabricar utensilios; la reducción de la mandíbula; el crecimiento de la capacidad del cráneo y el consiguiente desarrollo del cerebro.

2. La fabricación y el uso sistemático de herramientas, las cuales fueron usadas por el ser humano para su subsistencia.

3. La aparición y el desarrollo del lenguaje y la inteligencia abstractiva y, por tanto, de todo aquello que va asociado: la conciencia reflexiva, la imaginación, el razonamiento…

4. El desarrollo de formas de relación social específicamente humanas, basades en una intensa actitud cooperativa y en vínculos de tipo culturales.

No podemos olvidar, sin embargo, que somos productos de millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra. Hemos sido capaces de crear una cultura muy rica y compleja, pero esto no niega nuestro origen y nuestra condición de animales.



 2. Bases fisiológicas: El sistema nervioso [2]


2.1 El tejido nervioso: la neurona

La unidad básica del sistema nervioso es la neurona, una célula especializada que transmite mensajes o impulsos nerviosos a otras neuronas, glándulas y músculos. Las neuronas encierran el secreto del fun­cionamiento del cerebro y, en consecuencia, de la na­turaleza de la conciencia humana. Conocemos el pa­pel que cumplen en la transmisión de los impulsos nerviosos, y también sabemos cómo funcionan algu­nos circuitos neuronales, pero todavía queda mucho por descubrir sobre el funcionamiento de la memoria, la emoción y el pensamiento, procesos todos ellos mu­cho más complejos.

Los diferentes tipos de neuronas del sistema ner­vioso varían enormemente en tamaño y forma, pero todas tienen ciertas características comunes. Del cuerpo celular o soma, salen unas proyecciones denominadas dendritas (de la palabra griega dendron, que significa «árbol»), que reciben los impulsos nerviosos de las neuronas adyacentes. El axón es un tubo estrecho que se extiende desde el soma y que transmite estos mensajes a otras neuronas (o a músculos y glándulas). En el extremo, el axón se divide en un determinado número de pequeñas rami­ficaciones que terminan en unos pequeños botones lla­mados terminaciones sinápticas.
 
El botón terminal no toca la neurona adyacente, sino que hay un ligero espacio entre estos botones y el cuerpo celular o las dendritas de la neurona receptora. Esta unión se denomina sinapsis, y el espacio en sí se denomina espacio sináptico. Cuando un impulso ner­vioso viaja a través del axón y llega a los botones ter­minales, provoca la secreción de un neurotransmisor, una sustancia química que se difunde a través del es­pacio sináptico y estimula a la siguiente neurona, transmitiendo así el impulso de una neurona a otra. Los axones de muchas neuronas forman sinapsis en las dendritas y el cuerpo celular de una única neurona.

Aunque las neuronas poseen estas características comunes, varían mucho en tamaño y forma. Una neurona de la médula espinal puede tener un axón de 1 ó 2 metros de longitud, que vaya desde el final de la médula a los músculos del dedo gordo del pie; una neurona cerebral puede cubrir tan sólo unas pocas milésimas de centímetro.

Las neuronas se clasifican en tres categorías, de­pendiendo de su función general. Las neuronas senso­riales transmiten los impulsos recibidos por los recep­tores al sistema nervioso central. Los receptores son células especializadas que se encuentran en los órga­nos sensoriales, los músculos, la piel y las articulacio­nes, los que detectan los cambios físicos o químicos y traducen estos hechos en impulsos que viajan a lo largo de las neuronas sensoriales. Las neuronas moto­ras generan señales originadas en el cerebro o la mé­dula espinal que van a los músculos y a las glándulas. Las interneuronas reciben las señales de las neuronas sensoriales y envían los impulsos a otras interneuro­nas o a las neuronas motoras. Las interneuronas se encuentran únicamente en el cerebro, los ojos y la mé­dula espinal.

 Un nervio es un paquete de axones elongados que comprenden cientos o miles de neuronas. Un único nervio puede estar compuesto de axones tanto de neu­ronas sensoriales como motoras. En general, los cuer­pos de las neuronas se agrupan en el sistema nervioso formando grupos. En el cerebro y en la médula espi­nal, un grupo de cuerpos neuronales recibe el nombre de núcleo. Cuando un grupo de cuerpos neuronales que se encuentra fuera del cerebro o de la médula es­pinal se llama ganglio.

Además de las neuronas, el sistema nervioso cuenta con un gran número de células no neuronales, llamadas células de glía, y que están intercaladas entre -y a menudo alrededor- las neuronas. Las células de glía son más numerosas que las neuronas en una  proporción de 9 a 1 y ocupan más de la mitad del vo­lumen del cerebro. El nombre de glía, derivado de la palabra griega «pegamento», sugiere una de sus funciones, en concreto, el mantener a las neuronas en su sitio. Además, proveen de nutrientes a las neuro­nas, parecen «mantener el orden» en el cerebro reco­giendo y «empaquetando» los productos de desecho, y fagocitando las neuronas muertas y las sustancias extrañas, manteniendo así la capacidad de transmi­sión de impulsos de las neuronas. De esta forma, las células gliales actúan asistiendo a las neuronas en su función, al igual que el entrenador de un equipo de fútbol, que mantiene a los jugadores hidratados a lo largo del juego.


2.2 El impulso nervioso

La información recorre la neurona en forma de un im­pulso nervioso llamado potencial de acción: un im­pulso electroquímico que viaja del cuerpo celular al extremo del axón. Cada potencial de acción es el re­sultado de movimientos de moléculas eléctricamente cargadas, conocidas como iones. La velocidad del potencial de acción en su viaje por el axón puede variar desde 3 a 300 kilómetros por hora, dependiendo del diámetro del axón; los más grandes suelen ser los más rápidos. La velocidad tam­bién depende de si el axón está cubierto de una capa de mielina. Esta capa se compone de células gliales es­pecializadas que envuelven al axón, una tras otra, de­jando pequeños espacios entre. Estos pequeños espacios se llaman nódulos de Ranvier. La capa de mielina se pre­senta especialmente en las zonas donde la transmisión rápida del potencial de acción es crítica, como por ejemplo, en los axones que estimulan los músculos es­queléticos. En la esclerosis múltiple, una enfermedad cuyos síntomas aparecen entre los 16 y los 30 años, el sistema inmune ataca y destruye las capas de mielina del organismo, provocando graves disfunciones mo­toras.


2.3 Los neurotransmisores

Se han identificado más de 70 neurotransmisores dis­tintos, y seguramente se descubrirán más. Obviamente, resulta imposible explicar todos los neurotransmisores del sistema nervioso en este capítulo. En cambio, nos centraremos en unos pocos que influyen en la conducta.

ACETILCOLINA: La acetilcolina está presente en muchas sinapsis del sistema nervioso. Normalmente, es excitadora pero también puede actuar como inhibi­dora, dependiendo del tipo de molécula receptora que se encuentre en la membrana de la neurona postsináptica. La acetilcolina está presente particularmente en un área del prosencéfalo llamada hipocampo, que juega un papel fundamental en la formación de nue­vos recuerdos. Este neurotrans­misor es un elemento clave en la enfermedad de Alz­heimer, un trastorno devastador que afecta a muchas personas mayores, causando alteraciones en la memo­ria y en otras funciones cognitivas. En los pacientes con Alzheimer, las neuronas del prosencéfalo produc­toras de acetilcolina se degeneran y sintetizan menos neurotransmisor. Cuanta menos acetilcolina se produce, más severas son las pérdidas de memoria.

NOREPINEFRINA: La norepinefrina es un neuro­transmisor del tipo de las monoaminas. Es producida en su mayor parte por neuronas del troncoencéfalo. La cocaína y las anfetaminas prolongan la acción de la norepinefrina, ralentizando su reabsorción. Debido a este retardo, las neuronas receptoras se activan durante un periodo más largo de tiempo, lo que produce los efectos psicoestimulantes de estas sustancias. Por el contrario, el litio aumenta la reabsorción de la norepi­nefrina, lo que deprime el ánimo de la persona. Cual­quier sustancia que provoque un aumento o disminu­ción de la norepinefrina en el cerebro está relacionada con la excitación o depresión del estado de ánimo.

DOPAMINA: La dopamina, también una monoamina, es químicamente muy similar a la norepinefrina. La liberación de dopamina en ciertas áreas del cerebro produce intensas sensaciones de placer, y actualmente se está investigando el papel de la dopamina en el de­sarrollo de las adicciones. La existencia de demasiada dopamina en determinadas regiones cerebrales puede causar esquizofrenia, y una cantidad insuficiente en otras áreas puede degenerar en la enfermedad de Parkinson. Los fármacos utilizados para tratar la esqui­zofrenia, como la clorpromazina o la clozapina, blo­quean los receptores de la dopamina. Por el contrario, la L-dopa, un fármaco que se receta normalmente para tratar la enfermedad de Parkinson, aumenta los niveles de dopamina en el cerebro.

SEROTONINA: La serotonina es otra monoamina. A1 igual que la norepinefrina, la serotonina juega un papel fundamental en la regulación del estado de ánimo. Por ejemplo, se han asociado unos bajos nive­les de serotonina con sentimientos depresivos. Los in­hibidores de la reabsorción de serotonina son antide­presivos que aumentan los niveles de serotonina en el cerebro, bloqueando su reabsorción en las neuronas. El Prozac, Zoloft y Paxil, fármacos que se prescriben para tratar la depresión, son inhibidores de la reab­sorción de serotonina. Puesto que la serotonina tam­bién es importante para la regulación del sueño y el apetito, también se utiliza en el tratamiento de la bu­limia, que es un trastorno alimentario.


2.4 Organización del sistema nervioso

Todas las partes del sistema nervioso están interrelacionadas pero tradicionalmente se considera dividido en dos partes fundamentales. El sistema nervioso central incluye todas las neuronas del cerebro y de la médula espinal. El sistema nervioso periférico está constituido por los nervios que conectan el cerebro y la médula espinal con las demás partes del cuerpo. El sistema nervioso periférico se divide asimismo en el sistema somático, que lleva y trae men­sajes de los receptores sensoriales, los músculos y la superficie corporal, y el sistema autónomo, que se co­munica con los órganos internos y las glándulas.

Los nervios sensoriales del sistema somático transmiten información sobre la estimulación externa de la piel, músculos y articulaciones al sistema ner­vioso central. Así es como nos enteramos del dolor, la presión y los cambios de temperatura. Los nervios motores del sistema somático llevan impulsos desde el sistema nervioso central a los músculos, en donde ini­cian la acción. Todos los músculos que movemos vo­luntariamente, así como los ajustes involuntarios de la postura y el equilibrio, están controlados por estos nervios. Los nervios del sistema autónomo van y vie­nen de los órganos internos, regulando procesos como la respiración, el ritmo cardiaco y la digestión. El sis­tema autónomo y su papel primordial en la emoción se verán más adelante en este capítulo.

La mayoría de las fibras nerviosas que conectan las distintas partes del cuerpo con el cerebro se unen en la médula espinal, en donde las vértebras de la es­pina dorsal las protegen. La médula espinal es extre­madamente compacta; tan sólo tiene el diámetro del dedo meñique. Algunos de los reflejos estímulo-res­puesta más sencillos se ejecutan en el nivel de la mé­dula espinal. Un ejemplo de ello es el reflejo de la ró­tula. Al golpear el tendón de la rodilla, los músculos insertados en él se estiran; una señal se transmite desde las células sensoriales del músculo, a través de las neuronas sensoriales, y llega a la médula espinal. Allí, las neuronas sensoriales hacen sinapsis directa­mente con las neuronas motoras. Éstas transmiten entonces impulsos de vuelta al mismo músculo, haciendo que éste se contraiga y que la pierna se extienda. Aunque esta respuesta pueda darse únicamente en la médula espinal sin necesidad de recibir ningún input del cerebro, también puede verse afectada por mensajes de centros nerviosos superiores. Por ejemplo, si apreta­mos las manos justo antes de recibir el golpe en la ro­dilla, el movimiento de extensión quedará exagerado; y si imaginamos que la rodilla no puede moverse justo antes de que el médico golpee el tendón, es posible in­hibir el reflejo.


ORGANIZACIÓN DEL CEREBRO

Según MacLean, se puede conside­rar el cerebro humano como configurado en tres ca­pas concéntricas: (1) el núcleo central, que regula nuestras acciones más primitivas, muy importantes para la supervivencia (2) el sistema lím­bico, que controla nuestras emociones y (3) el cerebro, que regula nuestros procesos intelectuales superiores. Utilizaremos el marco organizativo de MacLean para explicar las estructuras del cerebro y sus respectivas funciones.

a) El núcleo central o tronco encefálico está compuesto por cinco estructuras: el bulbo raquídeo, el cerebelo, el tálamo, el hipotálamo y la formación reticular. Controla los actos involuntarios como la tos o el estornudo, así como algunas acciones «primitivas» que están bajo control voluntario como la respiración, el vómito, el sueño, el apetito y la sed, la regulación de la temperatura y la conducta sexual.

b) El sistema límbico se encuentra alrededor del núcleo central del cerebro e íntimamente interconectado con el hipotálamo. Es una serie de estructuras que parecen imponer controles adicionales sobre algunas de las conductas instintivas reguladas por el hipotálamo y el tronco encefálico. Los animales que poseen un sistema límbico rudimentario, como los peces o los reptiles, se alimentan, atacan, huyen y se reproducen mediante conductas estereotipadas. En los mamíferos, el sistema límbico parece inhibir algunos de estos patrones instintivos y permite al organismo ser más flexible y adaptarse mejor a los cambios del entorno.

El sistema límbico también participa en la conducta emocional. La amígdala, una estructura con forma almendrada en el interior del cerebro, resulta esencial en las emociones, tales como el miedo. Por ejemplo, los monos con lesión en la amígdala demuestran una marcada reducción del miedo. Los humanos que sufren este tipo de lesiones no reconocen las expresiones faciales de temor y son incapaces de aprender nuevas respuestas al miedo.

c) El cerebro está más desarrollado en los humanos que en cualquier otro organismo. La capa externa del cerebro, se denomina corteza cerebral (o simplemente cortex), de la palabra latina que significa «corteza». La corteza de un cerebro preservado es gris porque está constituida en su mayor parte por cuerpos neuronales y fibras sin mielina, de ahí el término substancia gris. El interior del cerebro, por debajo de la corteza, está formado ma­yoritariamente por axones mielinizados y tiene un as­pecto blanco (también llamada substancia blanca).

Cada uno de los sistemas sensoriales envía infor­mación a áreas específicas de la corteza. Las respues­tas motoras, o los movimientos de las partes del cuerpo, se controlan por una de las áreas del cortex. El resto de la corteza, que no es ni sensorial ni motora, consiste en áreas de asociación. Estas áreas ocupan la mayor parte de la corteza en los humanos y participan en la memoria, el pensamiento y el lenguaje.

El cerebro está compuesto de dos hemisferios, de­recho e izquierdo, que están conectados entre sí por medio del cuerpo calloso. Son básicamente simétricos, con una profunda división entre ellos que va de de­lante a atrás. Así, nos referimos a los hemisferios de­recho e izquierdo. Cada hemisferio está dividido en cuatro lóbulos –frontal, parietal, occipital y tempo­ral –, amplias regiones de la corteza cerebral que de­sempeñan diversas funciones.

Describir el cerebro en términos de tres estructuras concéntricas – el núcleo central, el sistema límbico y el cerebro – no significa que estas estructuras sean independientes. Son más bien el análogo de una red de ordenadores interrelacionados. Cada una tiene unas funciones especializadas, pero deben trabajar en combinación para obtener la mayor eficacia.



SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO 

El sistema nervioso periférico se di­vide en dos: el sistema somático y el sistema autónomo. El sistema somático controla los músculos esqueléticos y recibe información de la piel, los músculos y de varios receptores sensoriales. El sis­tema autónomo controla las glándulas y los músculos lisos, incluyendo el corazón, los vasos sanguíneos y las paredes del estómago y los intestinos. Estos músculos se denominan «lisos» porque ése es su aspecto bajo un microscopio. (Los músculos esqueléticos, por el con­trario, tienen un aspecto estriado.) El sistema nervioso autónomo toma su nombre del hecho de que muchas de las actividades que controla, como la digestión y la circulación, son autónomas o autorreguladas, y se mantienen incluso cuando el sujeto está dormido o in­consciente.

El sistema nervioso autónomo se divide en dos ra­mas, la simpática y la parasimpática, cuyas acciones son, por lo general, antagonistas. El sistema nervioso simpático se activa normalmente durante los momen­tos intensos de alerta, y el sistema nervioso parasimpático que se asocia con el resto de las actividades. Por ejemplo, el sis­tema parasimpático contrae la pupila del ojo, estimula el flujo de saliva y disminuye el ritmo cardiaco; el sis­tema simpático tiene, en cada caso, el efecto contrario. El equilibrio entre ambos sistemas mantiene el estado normal del organismo (entre la excitación extrema y la placidez vegetativa).

La rama simpática tiende a actuar como una uni­dad. En un momento de excitación emocional, au­menta la frecuencia cardiaca, dilata las arterias de los músculos esqueléticos y del corazón, cierra las arterias de la piel y de los órganos de la digestión y produce transpiración, todo ello de forma simultánea. Tam­bién activa ciertas glándulas endocrinas para segregar hormonas que aumenten aún más el nivel de alerta.

En oposición al sistema simpático, la rama para­simpática tiende a actuar sobre un órgano cada vez. Es dominante durante los periodos de inactividad, participa en la digestión y, en general, mantiene las funciones que preservan y protegen los recursos cor­porales. Por ejemplo, un ritmo cardiaco y una respi­ración lentos, mantenidos por el sistema nervioso pa­rasimpático, requieren mucha menos energía que la frecuencia cardiaca rápida y la respiración agitada, que son consecuencia de la activación del sistema ner­vioso simpático.

A pesar de que ambos sistemas suelen ser antago­nistas, hay algunas excepciones. El sistema simpático es dominante durante episodios de temor y excitación, por ejemplo, pero una respuesta parasimpática al te­mor muy común es una descarga involuntaria de la vejiga o del intestino. Otro ejemplo es el acto sexual completo en el varón, que requiere la erección (para­simpático), seguido de la eyaculación (simpático).

No hay comentarios:

Publicar un comentario